Lo primero que hicieron fue venir a casa. Tiraron la puerta haciendo un gran alboroto que despertó a toda la comunidad. Inmediatamente fueron a casa de mis padres, los sacaron a la fuerza y registraron la casa. Varios furgones acordonaron la zona.

Luego siguieron visitando a todos y cada uno de los habitantes del país cuyos registros confirmaban que habían estado en contacto conmigo. Después visitaron todos los sitios donde he estado en los últimos 20 años.

Todas y cada una de las personas que conozco o he conocido, fueron castigadas.

La televisión habló mucho de mi caso, pero solo para recordar lo que les pasa a los disidentes, a sus familiares, hijos, amigos, y a todo aquel que les haya conocido. Cualquier intento de no ser controlado no es un asunto del individuo sino de todos los que le conocen.

Cuando volví dos días después, fui encarcelado. Todo el mundo quería saber cómo había desaparecido, pero nadie se atrevía a preguntar.

Nunca antes, que se recuerde, alguien había estado tanto tiempo sin que el gobierno supiera dónde estaba y qué hizo.

Era un asunto nacional, podría significar el caos si la gente supiese que era posible desaparecer sin dejar rastro. Que ellos no sepan dónde ni con quién estás, qué hablas, qué piensas…, podría significar que la gente podría hablar de lo que quisiera, se podría desmoronar todo.

Pero lo curioso de todo es que nadie me preguntó dónde había estado, o cómo lo había hecho, porque si lo preguntaban podrían saber cómo hacerlo y entonces podrían ser acusados de sedición, con el riesgo de que familiares y amigos fueran castigados.

Al final decidieron que, alguien que tiene la capacidad de desaparecer del control gubernamental, no podía existir, ni en la calle, ni en la cárcel.

Por eso decidieron acabar con mi vida.

Y nunca nadie supo cómo había estado dos días sin reportar mi posición, mis conversaciones, con quien estaba, mi estado de salud, videos de lo que estaba haciendo en todo momento, textos que leí, cosas que comí, mi estado de ánimo, relaciones interpersonales, cosas que compré, usé o cambié de sitio, qué tecleé, escribí o pensé esas 48 horas…

Como consejo… nunca se os ocurra apagar el móvil y dejarlo en casa.

Publicado por primera vez en 2019 en Relatos Colapsistas 1, no fue hasta junio de 2021 que lo publiqué en la web. Lo publiqué en la web al convertirse en otra profecía cumplida. En 2021 se empezó a exigir por ejemplo para entrar en Japón la instalación obligatoria de varias aplicaciones de vigilancia y rastreo en tu teléfono inteligente delante de la policía de aduanas. Esta APP se utiliza durante tu estancia en Japón para preguntarte literalmente DÓNDE ESTÁS y tienes que responder con un ESTOY AQUÍ, mediante una videollamada aleatoria, o un mensaje que debes aceptar mediante la aplicación y que recopila datos de tu móvil para enviarlos al gobierno japonés. Esto que se empezó haciendo para el coronavirus, y como relataba en 2019, acabará siendo obligatorio para todo el mundo en el futuro cercano y este relato se convertirá en realidad si no se ha convertido ya con las medidas de muchos gobiernos obligándote a instalar este tipo de aplicaciones en tu teléfono.


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