En la Patagonia, tierra de viento, silencio y horizontes infinitos, se prepara la llegada de una nueva criatura tecnológica. OpenAI —la empresa detrás de ChatGPT— y la argentina Sur Energy anuncian la construcción de un mega data center para inteligencia artificial con una inversión de hasta 25.000 millones de dólares.
Un proyecto que promete “poner la inteligencia artificial en manos de toda la Argentina”.
Pero detrás de ese discurso de modernidad se oculta algo mucho menos poético: un paso más en la colonización energética y tecnológica del planeta.

El espejismo del progreso

La noticia fue recibida con entusiasmo por el gobierno argentino y por muchos medios. El centro estaría ubicado en la provincia de Neuquén, aprovechando su clima frío, disponibilidad energética y cercanía con el yacimiento de Vaca Muerta, el mayor reservorio de petróleo y gas no convencional del país.
Una “coincidencia” que no puede entenderse como inocente: la localización coincide exactamente con el territorio donde Argentina extrae la mayor parte de sus combustibles fósiles.
La elección del sitio revela que, aunque se hable de “infraestructura verde” y “puerto de IA”, el proyecto termina patrimonializando el territorio fósil para una nueva forma de rentismo extractivo.

El proyecto se inscribe dentro del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), lo que significa beneficios fiscales, exenciones y garantías durante décadas para las empresas participantes.

En los titulares, todo suena a prosperidad: miles de empleos, innovación, desarrollo y “energía verde”. Pero, cuando uno mira de cerca, las cifras y las promesas empiezan a crujir.

Energía para las máquinas, no para la gente

Un data center de esta magnitud puede consumir hasta 500 megavatios, un nivel de demanda equivalente al uso eléctrico de cientos de miles de viviendas.
En un país donde los cortes de luz, los apagones en regiones remotas y las debilidades estructurales del sistema eléctrico son moneda corriente, levantar un monstruo de consumo continuo no parece precisamente una idea sostenible.

Las empresas aseguran que el suministro será “renovable”. Incluso Siemens Energy ha señalado que Argentina tiene posibilidades de posicionarse como polo global de IA y data centers, confiando en su capacidad para generar energía renovable competitiva.

Pero ese discurso es más un brindis al sol que una realidad garantizada.

La mayor parte de la infraestructura renovable aún no está desplegada, la red no tiene la robustez necesaria para absorber saltos de demanda, y los respaldos fósiles seguirán siendo necesarios.

En la práctica, el centro utilizará la energía fósil que le quede al sistema argentino, desplazando usos locales (viviendas, industria) para priorizar operaciones de centros de datos.
La “revolución verde digital” puede terminar siendo simplemente una fachada para seguir exprimiendo combustibles fósiles bajo una nueva etiqueta tecnológica.

Refrigeración con el agua que no se ve

Otro elemento crítico: para mantener a millones de servidores funcionando, los data centers requieren sistemas de refrigeración intensiva.

Aunque en ciertos casos se habla de “refrigeración por circuito cerrado”, la realidad es que muchos centros utilizan agua dulce que se evapora como parte del proceso de enfriamiento.
El uso de agua para disipar calor es habitual —una práctica conocida como enfriamiento evaporativo— y representa un consumo significativo de recursos hídricos locales. Probablemente usen las aguas subterráneas hasta agotarlas.

En zonas áridas o semiáridas (como algunas áreas de la Patagonia), extraer grandes volúmenes de agua dulce para evaporarla puede agravar la escasez, afectar ecosistemas, y generar conflictos con comunidades que dependen de esos acuíferos.

La contradicción es brutal: prometen no usar agua de ríos ni del mar, pero no dicen que usarán agua dulce para evaporarla. El ciclo del agua local quedará alterado, y la carga térmica se descargará al entorno.

Vaca Muerta: la bestia silente detrás del proyecto

Para reforzar el carácter extractivista de la jugada, conviene ver los datos reales de Vaca Muerta:

  • Vaca Muerta es una formación de hidrocarburos no convencionales (shale oil y shale gas) en la cuenca neuquina que abarca Neuquén, Río Negro, La Pampa y Mendoza.
  • Es considerada la segunda reserva de gas no convencional del mundo y la cuarta de petróleo no convencional.
  • En 2024, la producción de petróleo proveniente de Vaca Muerta representó cerca del 55 % del total nacional de petróleo no convencional.
  • Se reporta que la producción diaria de crudo en esa formación alcanzó cifras alrededor de 353.000 barriles por día para representar ese peso nacional.
  • También se estima que la producción de gas no convencional de Vaca Muerta en 2024 rondó 64,1 millones de metros cúbicos por día, lo que equivaldría a aproximadamente el 49 % del gas nacional.
  • Esa producción creciente permite que Vaca Muerta aporte de forma creciente al suministro nacional de energía, pero lo hace bajo el modelo de extracción intensiva y dependiente de capitales externos.

Con estos números en mano, no es exagerado afirmar que el crudo extraído en Vaca Muerta será destinado a alimentar estos centros de datos, en lugar de abastecer hogares o industrias locales.
Se trata de una reordenación del sistema energético argentino en favor de intereses corporativos globales: extraer lo que queda, revenderlo para alimentar servidores que no benefician al tejido local.

La ilusión de la soberanía tecnológica

El discurso oficial habla de soberanía, de que Argentina “entrará al mapa de la IA”.
Pero la realidad apunta a lo contrario: una dependencia estructural.
La infraestructura será controlada por OpenAI y sus socios, no por ciudadanos, instituciones locales o universidades nacionales.
Los datos, las redes, los algoritmos seguirán siendo propiedad privada global.
La “IA argentina” será, en el mejor de los casos, un cliente más.

En un mundo donde la capacidad computacional ya es considerada un recurso estratégico, entregar territorio, energía y conectividad a una corporación extranjera equivale a ceder soberanía.

Extractivismo digital: un nuevo rostro del viejo modelo

El panorama que emerge es estremecedor:

  1. Se levanta un centro de datos gigantesco en un territorio ligado al petróleo.
  2. Se planea refrigerarlo con agua dulce local, evaporándola para disipar calor.
  3. Se prevé que usará la energía fósil que quede en el sistema, desplazando el consumo local.
  4. Se consolida una dependencia tecnológica y energética en favor de capitales externos.

Lo que prometen como progreso puede ser, en esencia, una nueva forma de saqueo: un extractivismo digital que extiende la lógica de la minería y los hidrocarburos al mundo de la computación y los datos.

Este tipo de proyectos no solo implican riesgos técnicos y ambientales, sino también sociopolíticos: concentración de poder, dependencia externa, degradación de recursos estratégicos y pérdida de soberanía.

El espejismo del futuro

En nombre del progreso, repetimos el patrón que nos ha llevado al borde del colapso.
Promesas de crecimiento infinito en un planeta finito.
La inteligencia artificial necesita minerales, electricidad y agua.
Nada de eso es virtual.
Cada “entrenamiento” consume toneladas de recursos físicos.
Y ahora, en la Patagonia, se levantará un nuevo templo de ese dios moderno que devora energía para fabricar respuestas.

Quizá, dentro de unos años, con glaciares reducidos y líneas eléctricas estresadas, recordemos este momento como lo que realmente fue:
el instante en que confundimos el progreso con el ruido pulsante de un servidor encendido.


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