Publicado el 04/07/2022.

(Este artículo es parte de el Libro RELATOS COLAPSISTAS 7 que se empezó a escribir en 2022, además es una segunda parte de el relato previamente publicado en Relatos Colapsistas 1, “ENTREVISTA CON UN NIÑO «ELEGIDO» DE PRIMARIA“)

Hoy es domingo, día de descanso, y como todos los domingos por las mañanas, mis hijos me despiertan para que les cuente historias. Historias siempre lo mismo, no quieren que les cuente la historia de cenicienta, ni de Blancanieves, quieren todos los domingos que les cuente historias de cómo era la vida antes, antes del colapso.

Les fascina esas historias, les encanta escuchar la cantidad de cosas que teníamos y para lo que servían, como no se podían contar con los dedos de las manos tus posesiones, como teníamos un aparato para cada problema de la vida. Les fascinaba que hubiese una máquina para limpiar los platos, una para planchar, una para secar e incluso una para lavar la ropa.

También les gustaba mucho las historias de mis viajes, que era un avión, como podía ir a cualquier parte del mundo, como era Tokio, o Londres, solo con los viajes les tuve entretenidos casi toda su infancia.

Y un tema que les fascinaba era cómo pasó, cómo pasamos de vivir así a como vivíamos ahora. Claro en la mente de un niño que se imagina vete tú a saber cómo era la abundancia de esos tiempos, les fascinaba la idea de como nos dimos cuenta de que estábamos colapsando, como fue esa transición. Yo les contaba siempre lo mismo, al principio era casi imperceptible, yo que era escritor colapsista en esa época ya avisaba que era sencillo, solo había que mirar alrededor y tener sólo 2 de cada 10 cosas, lo se, era optimista. El caso es que les fascinaba la explicación, como al principio nadie se daba cuenta, de repente tenías menos vacaciones, podías usar menos el coche, algo que mis niños sólo conocen por los huesos que como fósiles de dinosaurio campan por todos sitios oxidándose con el tiempo. De repente un día faltaba algo en el súper mercado, súper mercados que también les fascina que les cuente cómo eran. Un lugar donde habían cosas traídas de todo el mundo, hasta de los sitios más lejanos, todo tipo de salsas, carnes, pescados, latas de conserva, platos, tenedores, e incluso libros. Pues eso, un día, faltaba tal producto, otro día tal otro, un día dejo de haber hielo, otro aguacates, así poco a poco, cada vez había menos cosas en esos sitios, hasta ser inútil tal espacio que fue reemplazado por pequeñas tiendas de ultramarinos cerca de los núcleos poblados, dejando todas estas áreas comercial convertidas en eriales y nidos de ratas y podredumbre. 

También les cuento mucho como de repente ya no se podía viajar en avión, ni tener vacaciones de las de antes, como conducir un coche pasó de ser un lujo, a ser racionado hasta desaparecer poco a poco todas las carreteras transitables, abandonadas y no reparas convirtiéndose de nuevo en caminos polvorientos.

Les encantaba también que les contase cómo era la vida digital, ellos que desde pequeños trabajan en la fábrica de zanahorias y que no tienen derecho a tener ni un ordenador como los pocos que hay, viejos y que usan los gobiernos, les fascinaba que todos tuviéramos uno o muchos en casa. Y sobre todo que no se usasen para cosas del gobierno, sino para jugar a juegos, algo totalmente prohibido hoy en día, si fueses uno de los pocos elegidos en cada zona del país para tener uno.

Cierto es que con lo friki que fui de joven, no me costó mucho hacerles cientos de juegos de mesa de cartón y lápiz para que jugasen ellos y sus amigos infinitas partidas y tuviesen aventuras que los entretuvieran cuando no estaba contándoles historias de la vida antes.

Les fascinaba también las historias del agua, de la cantidad que teníamos, como podíamos abrir el grifo y que saliese “infinitamente”. Las piscinas, que todavía existen como recuerdos infectos y pantanosos de lo que un día fueron esas construcciones por todos sitios pero que pasan gran parte del año secas debido a la escasez de lluvias. La cantidad de potingues que usábamos para bañarnos, la ropa que usábamos, el calzado, las pelotas de plástico, todo eso les fascinaba y engatusaba más sus mentes que cualquier historia de lobos y princesas.

Me preguntaban por los trabajos de la gente, les contaba sobre esa “libertad” de poder trabajar en lo que quisieras, no como ahora que cuando naces ya tienes un trabajo asignado en tu comunidad, como donde vivimos que es trabajar la tierra y procesar las zanahorias para otras partes de la nación. Se ríen mucho cuando les cuento que de pequeños nos preguntaban qué queríamos ser de mayores, les parece tan inocente e imposible con los ojos de su realidad actual….

Y a veces, sólo a veces me preguntan porque no hicimos nada, como llegó a pasar eso, y les digo que obviamente pasó justo por eso, por esa forma de vivir que teníamos, no pensábamos de donde venía todo, ni su coste energético o medio ambiental, simplemente lo consumíamos, porque los poderosos de esa época lo eran gracias al consumo de la vida en la tierra, no como ahora que lo son por el control de la producción de alimentos y nuestras vidas… ui perdón, no debería hablar de esto, olvídense de lo que acabo de decir, en esta época o en la pasada hablar de estas cosas siempre ha sido pecado, tabú.

En fin espero verles pronto en otro de mis relatos de mi vida presente y pasada aquí en este mismo parque, a la misma hora, y tengan cuidado, no avisen para que venga a quien no debe, pues como saben acabaríamos todos en la cárcel.

Un abrazo, paz, salud y libertad.