Cuando al final de la II Guerra Mundial pierde Hitler y el ejército nazi en 1945, los aliados, ganadores de la guerra, imponen durante años un programa muy intenso de desnazificación de los alemanes.
La población que había subido durante en auge y dominio del nazismo de 65 millones de habitantes en 1930 a los 70 millones del año 1939, cuando arrancan las guerras de agresión, termina con 66 millones de ciudadanos en 1945.
Durante el periodo entre 1930 y 1945, hubo un intenso programa de nazificación de la población, que convenció a la inmensa mayoría de alemanes de las bondades del nazismo. El Deutschland. Deutschland über alles (Alemania, Alemania por encima de todo), se convirtió en el himno nacional por excelencia. Era Alemania por encima de todo.
Lemas que estos días se vuelven a repetir de forma nada solapada en otros ámbitos y bastante coincidente, como el Make America Great Again o MAGA del descerebrado Trump (para los estadounidenses, Los Estados Unidos de Norteamérica son todo el continente por defecto; por debajo de su frontera sur es el patio trasero) y que cuentan con cada vez más fervientes admiradores.
Los Estados Unidos, que habían permanecido al margen de las agresiones nazis a países europeos desde 1939 hasta el 11 de diciembre de 1941, declaran la guerra a Alemania y a Italia, pero solo porque tres días antes Hitler se la había declarado a ellos por declarar la guerra a Japón.
Estados Unidos, comenzaba a ser imperio ya en los años 40 y había aprendido perfectamente las lecciones de Goebbels sobre la importancia de la propaganda; se podría decir que pudo dar clases a Goebbles con Randolph Hearst a la cabeza (el famoso Ciudadano Kane que refleja la película de Orson Welles), que ya conocía desde décadas antes la importancia de controlar los medios, cuando de hecho se estrenó cargando a España en 1898 con el hundimiento del Maine en la bahía de Cuba, acusando a la decadente España de haberlo hecho, para provocar y acelerar la pérdida de la última colonia española en América mediante la guerra con Estados Unidos.
Hasta tal punto concedían importancia a la propaganda e información, que ya en 1943, dos años antes de acabar la guerra ya entendieron que al final de la contienda habría que «desnazificar» a Alemania. En 1945, nada más acabar la guerra, los ejércitos aliados se pusieron a la tarea de la desnazificación (Entnazifizierung), es decir, a la ingente tarea de sacar de la mente de millones de alemanes las ideas largamente inculcadas durante casi dos décadas. Había necesidad de «depurar» a la sociedad, la cultura, la prensa, la justicia y la política alemana y austriaca de toda influencia nazi.
Aparte de los juicios de Nüremberg, donde se humilló y condenó a cadenas perpetuas a los principales dirigentes que quedaron vivos, para ejemplarizar, unos 400.000 alemanes fueron encarcelados en campos de internamiento de forma extrajudicial, en nombre de la desnazificación.
La lección fue aprendida a golpe de colegio, escuela, juzgado, medio de comunicación y los partidos políticos todavía tienen hoy prohibido escenificar símbolos nazis.
No obstante, los aliados aprendieron en poder que representa la comida de coco de los ciudadanos y como nada más acabar la II Guerra Mundial, arrancaba la Guerra Fría con el comunismo de la URSS y la creación de la OTAN en 1949, los programas de desnazificación se fueron desvaneciendo, trasladando la misión de desnazifizar al resto a los propios alemanes ya «reeducados» y finalmente en 1951, el programa se abolió oficialmente.
Incluso así, muchos alemanes no podían soportar que sus mentes preparadas para fijar su superioridad moral sobre los demás (über alles), tuviesen que ser expuestas a la tortura de ver vídeos de los horrores de su propio ejército y de sus entusiastas ciudadanos denunciantes de judíos, comunistas, gitanos y gente de mal vivir, como promulgó en su día Carlos III: ni gitanos, ni murcianos ni gente de mal vivir. Lo que demuestra lo difícil que es sacar de la cabeza un prejuicio, cuando se ha imbuido de forma tan intensa durante tanto tiempo.
Aunque hoy tenemos a Annalena Baerbock como ministra de Asuntos Exteriores alemana como una firme defensora de los israelíes frente a los vecinos de Oriente Medio, teniendo un famoso abuelo nazi, Waldemar, como oficial de la Wehrmacht y confeso admirador del nazismo, la antes ecologista señora se ha convertido rápidamente a lo que algún medio árabe llama «animadora del Sionismo»
Huelen el poder y saben posicionarse rápidamente. Entre bomberos no se pisan la manguera y ahora el primer bombero incendiario es el Estado genocida de Israel.
No cabe duda de que el sionismo tendrá que pasar algún día por un proceso de catarsis y de des-sionización, como el que han pasado los alemanes después de la II Guerra Mundial. Su imposible Estado de Israel, solo mantenido por un incesante flujo de dinero desde Estados Unidos que propicia el que el sionismo controle a la perfección la política estadounidense en los dos partidos permitidos y desde ahí los envíos de flujos de dinero, de tecnología y de servicios de inteligencia para poder perpetrar el expolio de los territorios palestinos, sirios, jordanos y libaneses, terminará cayendo finalmente, si antes no cae el mundo entero en una conflagración mundial.
No importa el tiempo. Algún día, estos judíos que desde 1947 llevan manipulando la historia, la política, el sistema judicial mundial, la cultura y sobre todo, los grandes medios de comunicación mundiales, caerán del lado perdedor. Y llegará para ellos el Día del Juicio Final (aunque solo lo reconozcan las religiones cristiana y musulmana, no la judía).
Llegará el día en que, al igual que los alemanes, despertarán a una realidad y se preguntarán por qué habían ignorado todas las señales de que los exterminadores eran también ellos, con el mismo furor que los nazis lo hicieron con ellos, mientras los ciudadanos corrientes alemanes miraban a otro lado, callaban en silencio o se negaba a ver lo que todos los demás estamos viendo: una política de genocidio y exterminio del «otro». Se les obligará a ver lo que hoy no ven, porque no lo quieren ver, porque no lo podrían soportar. Ese día llegará. Y llegará no solo para los israelíes y los judíos de todo el mundo que apoyan esta barbarie, sino también para todos los occidentales que hoy callamos incomprensiblemente, lo mismo que los alemanes callaban.
Hoy sabemos que los judíos no eran basura a exterminar, como pensaron los nazis y muchos aplaudieron, pero llegará el día en que ellos tengan que reconocer que tampoco son el Pueblo Elegido en la Eretz Yisra’el o indefinida Tierra de Israel, que según muchos de ellos puede llegar hasta el río Eúfrates. Y que esas tierras siempre fueron habitadas también por otros, no por ellos en exclusiva.
Que la creación del Estado de Israel en 1948 fue un engendro manipulado y prevaricador en la ONU, con vergonzosa compra de votos, por parte del lobby sionista mundial, destinado al sufrimiento y fracaso, no solo de los que ya habitaban esa tierra, sino de los propios judíos a largo plazo, aquellos que se empeñaron en colonizarla con fórceps, en pleno siglo XX
Tendrán que reconocer que tampoco son «Israel über alles», como hoy creen que son, una raza superior que si se mezcla con otras degrada su pureza. Que no son los únicos capaces de convertir el desierto en un vergel. Que es mentira que sean 100 veces superiores a los demás, porque siendo el 0,2% de la población mundial han acaparado el 20% de los Premios Nobel, sino más bien porque han amañado y se han adaptado a las formas de adjudicar los premios para colocarse las medallas.
Tendrán que reconocer que son del mismo barro que el resto de los humanos, por mucha endogamia que practiquen. Tendrán que admitir que habían estado deshumanizando a millones de vecinos semitas, con la misma virulencia y complacencia con que a ellos los deshumanizaron.
Y muchos de sus dirigentes y ciudadanos tendrán que someterse a juicios de Nüremberg, quizá en Jerusalén, cuando les llegue el día; a una «depuración» incluso seguramente más intensa que laque sufrieron los alemanes en los últimos años 40.
Y lo mismo que a los alemanes, se les obligará a ver lo que hoy no quieren ver en los teatros del mundo: los horrores de sus propios conciudadanos, de los que aquí ponemos solo una mínima muestra:
https://elpais.com/television/2024-11-01/los-selfis-de-los-crimenes-de-guerra-en-gaza.html